martes, 24 de marzo de 2015

Atenea




-   ¡Atenea! –gritó.
El lamento chocó contra las paredes vacías del templo. Su eco fue la única respuesta que obtuvo. Subió las escaleras del lugar extendiendo los brazos, ofreciéndose ella misma como sacrificio.
-   ¿Qué más quieres de mí? –preguntó al aire- He hecho todo cuanto me has pedido y lo único que yo quería me ha sido negado.
Siguió subiendo, sollozando. Observando a la implacable figura pétrea que la miraba con superioridad desde las alturas.
-   Llévame también a mí. –susurró- Por favor.
Cayó de rodillas junto a la enorme construcción que simbolizaba a la diosa Atenea. Jamás había conseguido una palabra suya en el templo, pero hacía demasiado que no se le aparecía, y necesitaba terminar con todo.
Miró de nuevo arriba, buscando los ojos que prácticamente no alcanzaba a ver del rostro humano y divino a la vez.
Tal vez se lo imaginó, o tal vez era el deseo de una respuesta, pero pudo sentir la mirada de la estatua descendiendo hasta ella. Cambiando sus ojos de posición sin hacer el menor ruido.
Quiso pensar que su súplica silenciosa había dado resultado. Del casco de la imagen se desprendió un fragmento que descendió por todo el cuerpo hasta ella. Era una pieza afilada, tan grande como una punta de lanza.
Ella la tomó entre sus manos y respiró con dificultad al notar la boca completamente seca. De todo cuanto había hecho, sin duda iba a ser éste el acto que mayor valor requiriese. Cerró los puños con fuerza alrededor de la roca y en un golpe secó la alojó para siempre en lo más profundo de su pecho.
Un último suspiro, y un último latido. Su cuerpo se desplomó en el suelo mientras su alma se desprendía de él. Abandonando este mundo para renacer en el lugar en que la diosa la esperaba.

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