La muerte no es el fin de la
vida. Ella lo sabía bien. Algo cambió aquella velada atroz en que sintió por última
vez su mirada. Su único y más preciado bien, arrebatado por una venganza. Él
partió, pero ella permanece, esperando el momento de tomar represalias.
En la noche se escuchan sus
lamentos, se asoma a la ventana buscando a quien no vendrá. Aún mora las
paredes de la casa, la guarda tal como estaba. No permite que nada cambie,
nadie debe entrar.
Pero hubo quien entró,
imprudente, tenaz. Alguien que creía que todo era una fábula que le querían
contar. Y nunca regresó, se perdió en aquel lugar. Su cadáver aterrado no ha querido
hablar.
Nadie lo comenta, mas la verdad por
todos es sabida, la mujer de la casa, la Dama Inmaculada, observa en la eternidad.
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