Fuera, la ciudad poblada de luces
artificiales promete una noche de fiesta desenfrenada. La voz de la vida
nocturna llama y se cuela a través de la ventana. Quizá sería mejor estar allí
disfrutando del ambiente, que aquí dentro jugando durante horas. Quizá sería más
fácil pasar el tiempo con quien al menos habla el mismo el idioma.
De pronto, la ventana se cierra y
nos miramos. Compartimos un mundo que no es el mismo para todos, un mundo que
está dentro de la habitación. Fingimos que somos de la misma especie. Nos queremos
como solo entienden padres e hijos. Disfrutamos de una vida plena, llena de
matices y colores que muy pocos pueden ver.
A pesar de todo, preferimos
quedarnos en casa con ella.
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