lunes, 27 de octubre de 2014

Lágrimas


Las calles descansaban en la noche del bullicio y el ajetreo del día. El silencio solo se quebraba con el sonido de los tacones al caminar. Alira paseaba sin un rumbo fijo. Parecía una mujer segura de sí misma. Joven y fuerte.
Su vestimenta compuesta por una minifalda negra de cuero, una camiseta roja muy ajustada, y unas botas de tacón haciendo juego, ayudaban a crear esa imagen de mujer independiente. Aunque hasta la persona más valiente puede llegar a sentir terror.
De pronto sus tacones no eran el único sonido de la noche. Otros pasos se unieron a su caminar, cada vez más cerca y más ligeros. Ella apretó el paso tratando de controlar su respiración. Lo peor que podía hacer era dejar que su perseguidor sintiera la ventaja que tenía en sus emociones.
Alira callejeó sin mirar atrás. Conocía la ciudad como la palma de su mano, y lo más seguro era que quien fuera tras ella no lograra seguir su pista.
O eso creía.
Alira se detuvo para intentar recobrar el aliento. Se apoyó contra una pared y cerró los ojos empezando a relajarse. De repente, una mano atrapó su boca y un fuerte brazo su cadera. Alira abrió los ojos aterrada por el contacto del ser que tenía frente a ella.
Un hombre de mediana edad apretaba su cuerpo contra el suyo. Olía a una mezcla de alcohol y sudor. Su ropa estaba sucia y su rostro mostraba cicatrices y una barba de varios días.
-                     Jim, hoy es tu día de suerte. – dijo el hombre para sí mismo mientras se restregaba contra Alira.
-                     Déjame en paz. – determinó Alira con una frialdad fingida.
Jim sonrió al tiempo que introducía una mano bajo la falda de Alira. Ella intentó escapar de él sin conseguirlo. Forcejearon y le propinó un golpe fuerte con la rodilla en el estómago. Lejos de echarse atrás, Jim empujó a Alira haciendo que cayera al suelo. Jim se abalanzó sobre ella y la inmovilizó con sus brazos y piernas.
Alira gritó sin dejar de luchar, pero el sonido se disipó en el aire. Nadie acudió a socorrerla. Jim trataba de bajarse los pantalones con una mano, pero la batalla con Alira hacía que no pudiera maniobrar. Entonces terminó la ofensiva con un puñetazo en la mandíbula de la chica. El sonido de los huesos quebrándose fue el resultado de la fuerza del golpe.
Alira quedó en estado de shock por el dolor que sentía. Ya no podía pelear por su integridad. Se encontraba a merced de aquel hombre que había empezado a tocar su cuerpo sin ningún reparo.
Jim desnudó su cintura y levantó la falda de Alira. La penetró sin fingir algo de compasión. Estaba disfrutando del momento, aún más escuchando los sollozos de ella. Tanto se abstrajo en su cometido, que no cayó en la cuenta de que Alira había dejado de llorar.
La mandíbula rota crujió hasta colocarse en su lugar, y Alira empezó a reír a carcajada limpia mientras Jim seguía forzándola. Jim se detuvo ante la nueva situación, no alcanzaba a comprender qué estaba ocurriendo.
-                     Estás loca. – dijo Jim entre jadeos.
Alira dejó de reír y clavó la mirada en él. Sus ojos se habían vuelto rojos y brillaban en la oscuridad. Jim sintió un dolor agudo en la entrepierna, un ardor indescriptible. Trató de salir de Alira, pero no podía, estaba atrapado en su interior.
-                     Termina, malnacido. – escupió Alira entre dientes.

El sufrimiento se hizo patente en el rostro de Jim mientras intentaba obedecer a Alira. El dolor era insoportable. Cada movimiento, cada segundo que pasaba sin poder abandonar el cuerpo de Alira suponía un tormento.
 
Consiguió eyacular entre lágrimas y sudor por el esfuerzo. Por fin pudo salir de ella y comprobar con sus ojos lo que había sentido. Su pene ardía en carne viva, ensangrentado.
 Alira se incorporó y se colocó la ropa, sonriente, como si todo fuera un juego. Se atusó el pelo y se retocó el maquillaje con los útiles que guardaba en su bolso. Cuando terminó de recomponerse miró a Jim, que todavía estaba tirado en el suelo, y soltó un suspiro cansado. Agarró al hombre por el pelo y lo levantó con facilidad.
-                     Vamos, Jimy, vas a dar el paseo de tu vida.








El castillo se alzaba imponente en medio de la nada. Cualquiera se sentía diminuto al ponerse ante la puerta. Alira se detuvo. Jim, que caminaba más por inercia que por necesidad, cayó de rodillas junto a los tacones de ella. Alira golpeó tres veces. La puerta se abrió sin nadie al otro lado. Antes de cruzar el umbral, Alira dio una patada a Jim en la espalda para obligarle a moverse. Él obedeció ya rendido y se internó en el lugar profundo y oscuro como el infierno.
Atravesaron varias salas vacías hasta llegar a un enorme salón en cuyo centro descansaba un trono de piedra. Frente al trono, tres hombres y una mujer aguardaban en silencio. Alira y Jim se colocaron junto al resto del grupo y esperaron. Jim miró de soslayo a las personas que tenía a su lado. Dos de los hombres temblaban como hojas. Estaban heridos y temían lo que pudiera pasar allí, igual que él. Sin embargo la mujer y el otro hombre tenían una expresión serena y se mostraban confiados, al igual que Alira.
-                     Bianca, Luca. – dijo Alira con un leve gesto de la cabeza, a modo de saludo.
-                     ¿Qué has traído, Alira? Está a punto de mearse en los pantalones. – dijo Bianca con sorna.
-                     ¿Qué has traído tú?
-                     Ladrón reincidente. – volvió a decir con superioridad.
-                     Uf, menudo triunfo. – le espetó Alira.
-                     Asesino. – comentó Luca sin que nadie le preguntara.
-                     Está claro. – dijo Alira señalando la camiseta agujereada de Luca.
-                     Mierda. – dijo el chico, que se quitó la camiseta de inmediato y le dio la vuelta para ocultar los rotos.
Luca y Bianca miraron a Alira esperando una respuesta.
-                     Violador. – dijo sin más.
-                     Bravo. – dijo Luca.
-                     Vaya, - dijo Bianca fingiendo sorpresa – antes eras la putita del jefe, ahora solo eres una putita.
Alira estuvo a punto de lanzarse contra Bianca, pero una voz procedente de las sombras la detuvo.
-                     Basta, señoritas. No me gustan las peleas.
Alira y Bianca bajaron la mirada. Los tres hicieron una reverencia mostrando respeto hacia la voz.
Un hombre salió de las sombras. Era alto y extremadamente guapo. Tenía el pelo rubio platino y los ojos azules como el mar. Su piel era pálida y suave, como la de un recién nacido. Vestía un vaquero ceñido y una camisa blanca. Poseía un halo de inocencia y bondad.
El hombre se acercó a Alira, acarició su rostro con una mano y la besó ardientemente. Luca y Bianca resoplaron.
-                     ¡Gabriel! – gritó Luca.
El aludido se apartó de Alira y encaró a Luca.
-                     Perdón, señor. – volvió a decir retrocediendo – Todos hemos cumplido la misión.
-                     Eso lo decido yo. – contestó Gabriel.
Gabriel miró a los tres hombres que esperaban en un estado de nervios que saltaba a la vista. Lanzó un suspiro cansado y miró al techo de la estancia.
-                     Padre, ¿por qué me has abandonado? – preguntó sin esperar respuesta.
-                     Las calles están tan putrefactas que ya cualquiera se cree criminal. – comentó Alira con tono triste.
-                     Alira, querida, estoy tan cansado… Me consumo en este purgatorio, y siempre tengo hambre. He perdido la fe en la humanidad.
Gabriel suspiró de nuevo. El silencio invadió la sala, nadie se atrevía a hacer ni decir nada.
-                     Fuera. – concluyó Gabriel.
Alira, Bianca y Luca desaparecieron al punto del lugar.
Gabriel se desabrochó despacio la camisa, se la quitó y la colocó sobre el trono de piedra. Cerró los ojos para concentrarse en las dos protuberancias que emergían en su espalda.
Los tres hombres temblaban y casi lloraban de la impotencia, viendo próximo su final.
El ángel batió las alas una sola vez. El aire se movió al tiempo que los hombres se estremecían. Se precipitó tras los cuerpos humanos y dejó salir unos colmillos largos y afilados. Uno por uno clavó sus dientes en los cráneos, sumiéndolos en las tinieblas de la eternidad.




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