viernes, 16 de enero de 2015

La Puerta



Esa puerta. La que nunca se había abierto. Más de veinte años llevaba cerrada que ella recordara. Y todos esos años algo le había empujado una y otra vez hasta allí, a detenerse ante la plancha de madera.
Un susurro frío y oscuro como la noche. Una voz de niña que la llamaba. “Sácame de aquí...” “Por favor…” “Ayúdame…”. Palabras que se sucedían, aunque no sabía si fuera o dentro de su cabeza.
Ni siquiera la puerta tenía una llave que encerrara el misterio, mas se sentía incapaz de atravesar el vano. Sus abuelos en vida habían cuidado cada día de que el secreto se mantuviese a salvo. En vida, pues la reciente muerte de su abuelo había terminado con las barreras entre ella y la habitación oculta.
Se acercó a la puerta y giró el pomo sin contemplaciones. Si lo hubiese pensado un segundo más no se habría atrevido.

La habitación parecía sacada de una foto antigua. Estaba intacta, impoluta. Con un estilo que no se correspondía al resto de la casa. Toda de madera oscurecida por el paso del tiempo. Telas de araña y una cadena vestían el techo y las paredes. En el suelo, tan solo una silla con una muñeca sentada en ella. 

En seguida el recuerdo de ese mismo lugar, de esa misma muñeca asaltó su mente. Ya había estado allí, con su madre. Siendo muy pequeña jugaban durante horas con la muñeca de trapo. Antes de que su madre muriera. Recordó también el sonido de las cadenas tensándose. Gritos de horror y de dolor mientras descolgaban el peso muerto de las cadenas. Y luego la puerta.

“Ven aquí…” escuchó en una voz que parecía no salir de ningún sitio.
Se acercó a la silla. La muñeca fijó sus ojos en ella. Unos ojos hechos con botones, que sin embargo guardaban más vida que los suyos propios.  La muñeca sonrió y le tendió la mano.
Quiso salir corriendo de allí, pero no podía moverse. Algo más fuerte que su voluntad la instaba a tocar el objeto animado.
Fue un segundo, únicamente un segundo. Rozó con su mano la tela áspera y todo cambió. Sus ojos se nublaron y perdió el conocimiento. Su mente no respondía.
Cuando volvió en sí, ya era tarde. Tan solo vio su propio cuerpo alejarse, desde la oscuridad en la que se había sumido.
Y como una muñeca de trapo se quedó para siempre sentada en la silla. Quieta, inmóvil. Detrás de la puerta cerrada.

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