El humano miró a las pequeñas aves por encima del hombro.
Aquellas que, sin tener que rendir cuentas a las leyes del hombre, habían
elegido estar juntas para siempre.
Amarse sin condiciones, estar siempre el uno
para el otro.
Sin que nada ni nadie pudiese separarlos.
Aquel que, teniendo la capacidad de pensar, elegía hacer daño a quien más le amaba.
Y sintieron compasión de él.
Se creía el dueño del universo, pero tenía todo por aprender.
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